El espíritu es una fuerza. Como todas las demás fuerzas, está permanentemente vibrando. Una vibración emite ondas que se propagan en el medio en que ocurren, se dice que la vibración fue transmitida.
Como ejemplo a ilustrar ese fenómeno, tomemos una vara y hagamos vibrar en una vasija con agua. Notaremos la formación de ondas que se forman en el punto en que la vara toca el agua y de él se alejan, se transmiten, en todas las direcciones. Las ondulaciones continúan siendo producidas en cuanto la vara estuviere vibrando. En este ejemplo, el agua es el medio en que la vibración es transmitida. Las ondas son cosas creadas por la vibración, y tiene existencia propia. El pensamiento es una vibración del espíritu, por tanto es transmitido tornándose una cosa, como las ondas mencionadas arriba, con existencia y características propias [1]. Algunas de esas características del pensamientos son: intensidad, forma, color, timbre y olor.
Los pensamientos son cosas, repetimos. Como tales, tienen formas reales cargando energía y poder. Ese poder causa efectos. Comprender los efectos del pensamiento es asunto de máxima importancia, pues ellos desempeñan un papel relevante en la felicidad o en el infortunio de los seres humanos. Veamos algunos de esos efectos.
Si el emisor de un pensamiento tienen como objetivo una persona, esto es, está pensando en ella, ésta podrá o no absorber el pensamiento original, dependerá de las condiciones en que ella se encuentra. Una vez captado e incorporado el pensamiento que le vino de afuera, puede tener la impresión de que fue ella misma que lo creó. Puede hasta suceder el entrar en contacto con la persona y decir ” Estaba pensando en ti! Cuáles son las novedades?”
Consideremos, ahora, el caso específico de alguien deseando un mal para otro. Ese deseo provoca una vibración del espíritu y, en consecuencia, un pensamiento que será transmitido en dirección de la posible víctima. El mal ¿”conseguirá su fin”? Depende, como veremos. Los pensamientos reflejan la condición síquica y el carácter, permanente o temporario, de una persona y crean en torno de sí una atmósfera fluídica la cual se da el nombre de aureola. Es esta aureola que acogerá o repelerá los pensamientos que llegan hasta ella y determinará si hay o no afinidad con algún pensamiento que la alcance. Si hubiere, absorberá tal pensamiento; en caso contrario, va a repelerlo no dándole guarida. En este caso, la aureola está actuando como un escudo protector.
Un pensamiento absorbido produce, en la persona que lo acogió, un efecto definido por la cualidad de ese pensamiento. Si el emisor estaba determinado a causarle un mal y la aureola del albo permitiere que su efecto sea sentido, la víctima se sentirá mal, puede hasta enfermarse. Si su aureola repeliere el pensamiento, este retorna a su origen donde provocará la consecuencia idealizada por el emisor. Este fenómeno natural es conocido comúnmente por la frase “quien mal hace para si lo hace” Así, quien fuere víctima de un mal pensamiento, no puede atribuir la culpa a quien lo idealizó. Es responsabilidad de ella, también, por haber creado entorno de sí un ambiente psíquico propicio y que se una con la cualidad del pensamiento original. Es importante tener conciencia de eso y no culpar supuestos “arrimos” para justificar la infelicidad por la que está pasando.
Aunque el pensamiento no tenga una persona como albo, él no deja de tener consecuencias, debido al poder que carga consigo. Por afinidad se juntará a otros de la misma cualidad formando un todo que aumenta su poder en medida que nuevos pensamientos afines se van acumulando y aumentando. Ese todo, esa masa de pensamientos, también tienen existencia propia y es causadora de efectos. Por la ley de atracción, puede ponerse en contacto con personas induciendo o reproduciendo en ellas las emociones, sentimientos, deseos o otros estados mentales que traen en su capacidad.
Mismo aquellos pensamientos o sentimientos aparentemente inofensivos como, por ejemplo, no gustar de una persona porque juzga que ellas hacen cosas erradas o quejarse de una situación o condición en que se encuentra, generan potencias negativas. Mencionar o difundir supersticiones (viernes 13 es un día que trae mala suerte, por ejemplo) es una práctica que contribuye para fortalecer las corrientes de pensamientos negativos. Parece inofensivo, pero no es, como no lo es dar atención y perder tiempo con noticias ruines divulgadas por los medios. No seamos indulgentes ni complacientes con nuestros pensamientos, pues ellos no lo son con nosotros.
Por la ley de causa y efecto, somos hoy el resultado de lo que pensamos en nuestro pasado. Cuidemos, por tanto, de nuestros pensamientos, pues ellos están moldeando ahora los días del mañana. Alimentar pensamientos optimistas, creativos, alegres, positivos, hace con que nos conectemos, por afinidad, con corrientes de pensamiento del mismo valor, de la misma cualidad. Tenemos ese poder de escoger lo que atraemos para nuestra compañía psíquica. Es sabio, por tanto, ejercer bien ese poder y debemos hacerlo con determinación y confianza.
Tratemos, por tanto, de administrar nuestros pensamientos alimentando apenas aquellos que nos traigan bienestar y voluntad de progresar, tanto en el campo físico como en el espiritual. Pensamientos de esta naturaleza son positivos y ahuyentan, repelen corrientes vibratorias de calidad opuesta que pueden retardar nuestro avance en el transitar que programamos para nuestra estadía en la Tierra. Y nuestra salud agradece.
Hagamos una lista negra donde figuran ideas de persecución, pensamientos de desastre, de derrota, de baja estima y otros de la misma naturaleza negativa. Y consultamos-la con frecuencia, para evitar alimentar tales ideas. Sabemos que es prácticamente imposible evitar que un mal pensamiento nos aflija. Delante esta realidad, si por un lado no podemos evitar que nos llegue, por otro podemos, si, no darle guarida diciendo con convicción: “llegó, pero no se queda”.
Valdir Aguilera
Traducido al español por Adelina González Bermúdez
[1] Os pensamentos são coisas, Edward Walker. Disponível em www.valdiraguilera.net
Publicado na edição de setembro de 2018 do jornal A Razão.